Una vez me encontré una patata caliente que se le había caído del bolsillo a un olifante amarillo muerto de hambre y de frío…
El muy canalla se la había robado a una doncella blanca de larga melena rubia, anoréxica, que se presentaba a castings para películas porno de bajo presupuesto y que mataba su frustración de artista hincándose fuego en la esquina de mi calle…
La cual se la había regalado un príncipe azul hecho jirones, en paro por culpa de su espalda peluda nada metrosexual…
Me miró el olifante amarillo con ceño fruncido por mor de la duda de que puediera yo pisar la patata y joderle la comida del día…
Pero me limité a darle una patada hasta la quinta avenida donde un perro sarnoso sin dueño, la destrozo con los dientes al darse cuenta de que aquella mierda no se comía…
Hecha migajas una bandada de piojosas palomas grises deglutió los restos, saliendo volando al unísono cuando apareció el olifante amarillo bufando con el rictus desencajado por mor de la desesperación de la trágica escena sin recena…
Me subí a mi casa. Pensé un instante en lo sucedido. Corte jamón. Puse sobre una tostada tomate. Descorche una botella de vino tinto. Y me senté en la terraza, mientras degustaba, a ver como aquella tarde la doncella blanca se vendía, como el príncipe se arrastraba y el olifante lloraba…
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