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domingo, 7 de octubre de 2012

EL SECRETO DEL CAZADOR INFAME



"Soy una fantasía para hombres solitarios que sueñan con trenes cargados de deseo"

I.                    OPERTURA.

No me gustan las estaciones de trenes, siempre me han parecido sucias, malolientes y repletas de gentes extrañas que parecen vagar sin rumbo, eternamente perdidas. Si existe un lugar que  representa mejor las penurias, el caos y la debilidad humana, es - sin dudarlo - la estación de Atocha.
Son las siete menos cuarto de la mañana. Es lunes y estoy a punto de partir rumbo a Zaragoza por cuestiones profesionales. Me llamo Diego Alquezar Soto, tengo treinta y nueve años y soy licenciado en Derecho y Psicología por la facultad Pontificia de Madrid. Estoy especializado en ahorrar mucho dinero a mis clientes mediante la resolución de sus conflictos con terceros o con sus propios empleados. Gano más de medio millón de euros al año, tengo una bella esposa, dos hijas y siempre me había sentido un tipo afortunado. Uno de esos tipos a los que la vida les sonríe y que no tienen sino que alargar la mano para obtener lo que desean. Me sentía a gusto conmigo mismo y con mi traje gris marengo hecho a medida, con mis zapatos de piel fabricados artesanalmente, con mi camisa azul cosida a mano, con mi corbata granate de seda y con mi  Rolex de oro. No me sentía feliz sólo por el valor material de todas aquellas cosas, lo que verdaderamente me ponía era sentirme como un ganador.
Me acomodé en mi butaca después de echar un vistazo a través del cristal del vagón. A pesar de las reformas, de las lanzaderas y de las innovaciones, aquella estación, sigue siendo un espacio mugriento y rancio. Un peaje a pagar para poder viajar de la forma más cómoda y rápida posible a la capital aragonesa.  Por ello, aunque todavía faltaban más de quince minutos para la salida del tren, preferí esperar cómodamente instalado en mi vagón de “Clase Club”. No tardó una amable azafata en agasajarme con una sonrisa y en ofrecerme un café, un zumo y una copa de champán. Estaba solo en el compartimento. Dispuse mi ordenador portátil y me conecte a través de la señal inalámbrica habilitada en el propio vagón.  Respiré profundamente y me relajé mientras apuraba el café y leía mi correo electrónico. Eché un vistazo a la azafata. No estaba mal. Era una joven con buenas curvas, una corta melena morena recogida bajo el tocado reglamentario, rebosante de hormonas y, sin duda, en busca de un macho con el que montar un nido y criar su prole. Se me antojo una presa demasiado fácil y carente de interés ... Leer mas

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