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jueves, 13 de enero de 2011

"... a morir por Dios"


Verá Dr. No sé que me pasa pues constantemente se me caen los acentos y estoy  preocupada,  por más que lo intento, a lo que me doy cuenta… se me caen los acentos.

Note su mirada inquietantemente preocupada mientras decía:” Esto requiere atención, no podemos permitir que sigas sin signos de puntuación”.

¿¡Ké abremoh hexo pa merezermoh ehto, Zeñón!?

Se le escapó su raíz andaluza y tras pedirme perdón, siguió hablándome en un idioma fácilmente entendible para mi (como es lógico de mentes inteligentes, capaces de ponerse a una altura inferior si así lo requiere su interlocutor)

-No obstante te diré, que actualmente existen corrientes culturalmente admitidas en lo que se refiere al idioma hablado y escrito por lo que podrás llevar una vida normal hablando correctamente y escribiendo sin acentos.

 ¡Válgame el cielo! si eso es posible.

Si, si, no hay problema me contestó; se trata de darle la vuelta al tema lo mismo que cuando permitimos validar el oral con respecto al escrito.

Seis meses, seis meses de mi vida estuve con la esperanza de encontrar un remedio que paliase tantas caídas de acentos. Por fin volví a la consulta encontrándome con un cúmulo de despropósitos.

El andaluz era un acento y ahora es un dialecto, una variedad lingüística  sin normativa  ortográfica ¿y que quiere decir esto Dr.? ¿Estoy obligada a someterme  a una dieta de acentos?
 Parece que el acento es importante por si mismo, imprescindible, necesario tan ineludible y obligatorio que adquiere forma y denominación de origen.

¿Y el desconcertante  lenguaje senil? Ese que escucho a los abuelos decir: “¡Tráeme eso que esta ahí al lao de eso! y la abuela contesta, si ara voy. Y se entienden…


Y yo sin acentos

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